miércoles, 26 de febrero de 2014

EL MOLDEADOR DE SENSACIONES

              
Lo tenía todo para llevar una vida relajada física y espiritualmente, sin embargo aquel joven que nació a mediados de enero de 1839 en Aix-en-Provence en el seno de una familia próspera, padecía un  impulso febril por crear un estilo de pintura propio y llegar a compartir algún día museo junto a sus pintores más admirados.
Actualmente vemos su nombre   asociado a otros genios de su tiempo, especialmente a  Van Gohg y Gauguin pero esto  es debido a que estos tres genios sentaron las bases de corrientes imprescindibles para el desarrollo de la pintura moderna. Por lo demás Paul Cézanne no tuvo nada que ver con el espíritu romántico, efervescente y  aventurero de sus colegas, amantes de viajes a parajes ignotos y exóticos para reflejarlos luego en sus obras.
Por el contrario, pasó su vida entre la campiña de La Provenza y París.
Al vivir desahogadamente tampoco llevó una vida bohemia como la mayoría de los artistas coetáneos que, como es sabido, sufrieron un sinfín de calamidades, careciendo de dinero para su sustento e incluso para comprar oleos y pinceles  -a veces teniendo que pintar con los dedos sobre cartones o tablas-
Cézanne fue incomprendido en su tiempo. Tenía fama de huraño y sus detractores le calificaban de demente y de pintar como en estado de delirium tremens. En 1890 alcanza su máxima capacidad expresiva, su tendencia a geometrizar el paisaje y crear puntos de vista desde una perspectiva heterodoxa le valió la admiración de varios mecenas como Ambrose Vollard, marchante que le dedicó su primera exposición monográfica en 1895 además de adquirir muchas de sus obras. Esto le supuso al artista el éxito y el reconocimiento general que compensaría el hecho de que, menos una vez, le negaran exponer en el Salón de los Rechazados junto a Monet, Renoire, Sisley o Pisarro -entre otros-  con quien  mantuvo una amistad que le influyó en algunas de sus  obras.
Cada vez más lejos del Impresionismo, Cézanne desea captar el orden y equilibrio de la realidad con una voluntad racional. Le interesa representar la esencia de las cosas pero no desde una verdad óptica, es decir, intenta modelar sensaciones. Esto le convertirá ni más ni menos que en el padre del Cubismo. Picasso confesó admirar y estudiar sus obras con rigor, casi pincelada a pincelada para aprender de él.
Murió una mañana de finales de octubre de 1906, a los pocos días de desmayarse al sorprenderle una tormenta mientras pintaba al aire libre.  Curioso final para un genio atormentado por su arte.
De todo su legado descomunal, el Museo Thyssen ha elegido 58 obras. Así pues tenemos la gran suerte de poder degustar esas magistrales pinceladas a un palmo de nuestra naríz.
Ineludible cita para los amantes de lo bello. Hasta el 18 de mayo.


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