Lo tenía todo para llevar una vida relajada física y
espiritualmente, sin embargo aquel joven que nació a mediados de enero de 1839
en Aix-en-Provence en el seno de una familia próspera, padecía un impulso febril por crear un estilo de pintura
propio y llegar a compartir algún día museo junto a sus pintores más admirados.
Actualmente vemos su nombre
asociado a otros genios de su tiempo, especialmente a Van Gohg
y Gauguin pero esto es debido a que estos tres genios sentaron
las bases de corrientes imprescindibles para el desarrollo de la pintura
moderna. Por lo demás Paul Cézanne
no tuvo nada que ver con el espíritu romántico, efervescente y aventurero de sus colegas, amantes de viajes
a parajes ignotos y exóticos para reflejarlos luego en sus obras.
Por el contrario, pasó su vida entre la campiña de La
Provenza y París.
Al vivir desahogadamente tampoco llevó una vida bohemia como
la mayoría de los artistas coetáneos que, como es sabido, sufrieron un sinfín
de calamidades, careciendo de dinero para su sustento e incluso para comprar
oleos y pinceles -a veces teniendo que
pintar con los dedos sobre cartones o tablas-
Cézanne fue incomprendido en su tiempo. Tenía fama de huraño
y sus detractores le calificaban de demente y de pintar como en estado de
delirium tremens. En 1890 alcanza su máxima capacidad expresiva, su tendencia a
geometrizar el paisaje y crear
puntos de vista desde una perspectiva
heterodoxa le valió la admiración de
varios mecenas como Ambrose Vollard,
marchante que le dedicó su primera exposición monográfica en 1895 además de
adquirir muchas de sus obras. Esto le supuso al artista el éxito y el
reconocimiento general que compensaría el hecho de que, menos una vez, le
negaran exponer en el Salón de los Rechazados junto a Monet, Renoire, Sisley o
Pisarro -entre otros- con quien mantuvo una amistad que le influyó en algunas
de sus obras.
Cada vez más lejos del Impresionismo, Cézanne desea captar el
orden y equilibrio de la realidad con una voluntad racional. Le interesa
representar la esencia de las cosas
pero no desde una verdad óptica, es decir, intenta modelar sensaciones.
Esto le convertirá ni más ni menos que en el padre del Cubismo. Picasso confesó admirar y estudiar sus obras con rigor,
casi pincelada a pincelada para aprender de él.
Murió una mañana de finales de octubre de 1906, a los pocos
días de desmayarse al sorprenderle una tormenta mientras pintaba al aire libre. Curioso final para un genio atormentado por
su arte.
De todo su legado descomunal, el Museo Thyssen ha elegido 58 obras. Así pues tenemos la gran suerte
de poder degustar esas magistrales pinceladas a un palmo de nuestra naríz.
Ineludible cita para los amantes de lo bello. Hasta el 18 de
mayo.