miércoles, 3 de agosto de 2011

PRIMERA LÍNEA DE PLAYA (segunda temporada)




...Y aquí estaba yo de nuevo, sombrilla en ristre, entregada a la árdua tarea de encontrar un sitio decente donde clavarla, a poder ser viendo el mar para no tener la sensación de estar en un desierto lleno de locos. Me ubiqué dejando unos dos metros cuadrados de separación con otros veraneantes. No me había acabado de sentar cuando....un clan de nueve personas, entre mayores y pequeños-ignoro su procedencia- se abalanzó sobre aquellos escasos dos metros!(qué detalle por su parte, no fuera a darme un ataque de agorafobia ante tal espacio abierto). Con una destreza, eficiencia y coordinación dignas de un marine, los mayores ponían las dos sombrillas mientras los pequeños enmoquetaban literalmente la arena con todo un muestrario de toallas que iban desde un escudo del Barça hasta High School Musical. No pude más. Decidí ir a pasear por la orilla pero...por dónde pasoooOOO????
Haciendo contorsionismos y posturas que ni yo misma sabía que podía realizar fui sorteando los obstáCULOS. Uff!! Una vez en la orilla puede ver horrorizada cómo un ejército de diminutas personitas, armadas hasta los dientes de cubos y palas de plástico, se hallaban diseminadas a lo largo de todo el litoral: maldición!!!. Unos excavaban con ahínco mientras otros acarreaban cubos de agua que iban perdiendo por el camino hasta llegar casi vacíos. Algunos papás se unían al constructivismo arenícola gozándo a lo grande. Nunca faltan las señoras que atraviesan su tumbona con la mitad dentro del agua (Dios mio, por qué no me diste alas?). Además, este año se ha puesto de moda lo que yo he dado en llamar Mercabeach y se trata ni más ni menos que de poner justo a la orillica cajas con melones, vestidos playeros, tomates y pepinos, relojes multicolores, bragas, pulseras y lechugas, todo expuesto y vociferado hasta la extenuación.
Mejor me baño -pensé-. No sé si era buena idéa. Primero, sortear la capa oleoginosa y los niños petunios chapoteándo, después los grupos de mayores haciendo corrillos como flamencos en las salinas, hablando de sus medicamentos y dolencias. Tuve que esquivar toda una fauna hinchable de vivos colores, desde cocodrilos hasta patos. Voy nadando hacia una boya, uy no!! era una señora con un gorro amarillo flotando como tal!. Sigo nadando y nadando hasta que el vocerío se va alejando poco a poco. Por fin el agua, esa bendita agua del Mediterráneo emerge transparente, cristalína, fresca. Me veo los pies, veo el fondo. Cierro los ojos e inspiro profundamente dejándome mecer por el salino elemento. Una esbelta gaviota planea a pocos metros de mí, toma posición y cae en picado sumergiéndose para pescar algo. Una y otra vez, cada vez más cerca. Al fin me pongo a nadar; sólo el mar y yo. La felicidad existe y, mirándo a la franja multicolor desde la lejanía, me digo que ha merecido la pena.

viernes, 17 de junio de 2011

RERUM MORTEM

Siempre que fallece alguien allegado a nosotros y vamos a sus exequias recordamos lo frágil de nuestra existencia. Volvemos a pensar en lo efímera que es la vida. De nuevo recordamos que no merece la pena estresarnos por tonterías y otra vez nos planteamos disfrutar de todo cuanto nos sea posible; o, según la sabiduría popular tradicional," no somos nadie"," que la vida son dos días" y que "el muerto al hoyo y el vivo al bollo".
En el tanatorio siempre hay un ambiente agobiante; el calor, la gente, los lamentos, el anfitrión expuesto en su vitrina como pieza de museo y la mosca. Siempre la mosca sea invierno o verano, otoño o primavera, allí está sempiterna. He llegado a la conclusión de que es un espécimen autóctono de ese hábitat. Pero, hay algo más que nos hace sentirnos incómodos. Al principio no sabemos lo que es. Por más que traten de enmascararlo con ambientadores, velas o perfumes: el olor de la muerte.
Muchas veces he pensado -demasiadas- cómo será mi entierro, cuantas y qué personas vendrán a despedirme. Seguramente habrá acompañantes de otras que apenas si me conocieron y otras que me hayan conocido demasiado y no hayan podido asistir.
Lo que no me gustaría (aparte de morirme, claro está) es, como he dicho antes, la vitrina-escaparate. Hay algo más íntimo que tu muerte? Entonces por qué te tienen al descubierto, completamente indefensa ante las miradas de todos? porque unas serán de soslayo, otras curiosas, algunas de tristeza, pero todas todas morbosillas. Siempre me ha parecido más bien el escaparate de una tienda en rebajas al que solo le falta el cartel de "últimos restos". Si, ya sé que es llegar demasiado lejos, pero no puedo evitarlo.
Y lo que me gustaría es que luego todos se fueran a oír buena música, a brindar por mí y a recordar los buenos momentos que compartí con todos. (pena no poder participar del evento, coñe!)
Para concluir diré que hay una pregunta existencial que me vengo planteando seriamente: habrá Gin-Tónics al otro lado?