sábado, 21 de diciembre de 2013

#HÁZTE ESPAÑOL

Yo no soy Chus Lampreave. Esto no es un anuncio de jamón. No me gustan los nacionalismos ñoños y sensibleros. No  me siento "orgullosa" de ser española, sencillamente porque la terminología es errónea; es un problema de semántica. Uno puede estar orgulloso de algún logro personal. Se puede estar orgulloso de que un hijo haya, con esfuerzo, logrado su meta. Podemos sentir orgullo de un amigo por luchar y  salir victorioso de los dientes del cáncer. Pero de haber nacido aquí o allá...nosotros no hemos hecho nada, ha sido el azar esparciendo sus semillas al que, por otra parte, le da lo mismo que nazcas en Albacete o en Katmandú.
Pero, ¿qué somos?, ¿somos europeos porque estamos arruinados en euros?, ¿porque pagamos a la Merkel con la misma moneda? (ja ja, ya quisiéramos, pero me refiero al euro, no al dicho; cosas de la riqueza lingüística del español. Nuestra única riqueza). ¿Somos españoles?, ¿sabemos lo que significa ser español?...Ah, espera, si que lo sabemos. Somos de La Roja. Nos hemos desgañitado hasta la afonía. Hemos brincado hasta la extenuación. Hemos abrazado más fuerte que a nuestra madre al desconocido que teníamos al lado en el bar cuando en  la palabra GOOOOOOOL!!! se ha resumido todo nuestro diccionario. Pero ha merecido la pena. Si, ha sido un gran triunfo. Mañana iremos con el corazón henchido de alegría a nuestro precario trabajo de currito malpagado por un contrato basura, a la interminable y vergonzosa cola del paro o le daremos a nuestros hijos un bocadillo mágico de pan con pan. Pero somos campeones. ¡Cuanta adrenalina desaprovechada!. Si toda esa furia la empleáramos en hacernos valer; en ganarnos el respeto ante el mundo, ante Europa y ante nosotros mísmos...
Como dice "San" Savater, "la ciudadanía tiene que tener confianza en su país que es un estado de derecho y tomarse en serio la democracia. Conocer sus obligaciones, aunque esas ya se encargan de recordárnoslas todos los días, pero sobre todo sus derechos". En el Reino Unido por ejemplo, no aceptarían jamás tanta reforma en la enseñanza. Aquí uno puede estudiar una carrera y sufrir tres o cuatro reformas. Ellos saben muy bien que son Ingleses. Son fieles a sus principios sea quien sea quien gobierne. En Francia las multitudes se echan a la calle a la mímima de cambio y sus estudiantes no permiten que les rebajen ni un ápice sus privilegios. Pero claro, en Francia tuvo lugar una revolución, la primera gran revolución que, aunque burguesa, no dejaba de serlo y lo llevan en sus venas. Ellos saben perfectamente que son franceses.
 ¿Y nosotros...?
Nos conformamos con poner verde a fulano o mengano en las redes sociales y la mayoría de las veces hacemos chistes fáciles y nos chanceamos de cosas verdaderamente serias; cosas que son groseras y grotescas. Hemos despotricado contra reyes y elefantes, urdangarines, blesas, gürteles y toda la ponzoña que nos rodea. Esa es nuestra manera de desahogarnos. Ya hemos cumplido.
Antes no había internet para hacer quedadas y protestas, pero el pueblo sabía organizarse. Tenemos mucho que aprender o recordar.
Del anuncio publicitario que todos sabemos solo diré que, podrá gustar o no gustar, pero qué duda cabe que ha creado controversia, ha invitado al debate y eso siempre es positivo. Yo lo veo como una colleja para que espabilemos y sepamos que la boca no la tenemos solo para comer jamón. Merece la pena, pues, esforzarnos y apreciar lo que somos. Queremos cambiar de país porque estamos hartos, pero no nos confundamos, no hartos de España, sino de sus pazguatas gentuzas mandatarias. Nos han confundido y hecho olvidar hasta quienes somos, nuestra idiosincrasia, nuestra manera de ser. Solo europeos para lo malo. No lo pienses más: Házte español. 

viernes, 13 de diciembre de 2013

MI ÁRBOL DE NAVIDAD




Tal vez debería empezar diciendo que, actualmente, la Navidad sirve básicamente para dos cosas, a saber, gastarnos nuestras exiguas pecunias en más comida, más bebida, más regalos, más...y MÁS, pero sobre todo sirve para recordarnos el inexorable y feroz paso de El Tiempo (The Monster, como lo llamaba mi buen Terenci Moix) que se abalanza hacia nosotros cada año más deprisa. Parece que fue ayer cuando guardamos la parafernalia navideña y ya la estamos sacando otra vez. He de reconocer que cada año me da más pereza poner el árbol pero cuando abro la caja y contemplo todos los adornitos guardados con esmero (un tanto maniático por mi parte he de confesar)  siento una extraña regresión en el tiempo que me hace adornarlo con la misma ilusión y entusiasmo de la primera vez y voy colgando lentamente mis queridos enanitos, estrellas, renos, manzanitas, bolas, con parsimonia, saboreando cada momento...bueno y también la copa de cava que me bebo al mismo tiempo. Aunque, realmente no  hubo una primera vez en sí misma, ya que fui tomando parte de esta tradición de manera paulatina desde mi más tierna infancia.
 En los años 60 en España no era costumbre poner el árbol; casi me atrevería a decir que ni siquiera estaba bien visto. Una costumbre extranjera que venía a contaminar nuestras fiestas más entrañables. "Lo nuestro es el Belén y los Reyes Magos", decía la gente con cerrazón casi fanática. Doy gracias a que no había inquisición, que sino... Nos sentíamos un poco herejes, pero nos entusiasmaba, sobre todo a mi padre que con su excesividad casi infantil venía siempre por estas fechas con una rama de pino -entonces no vendían abetos- de casi dos metros que recibíamos con aplausos y alegría sin igual. Pronto mis hermanas casi veinteañeras se ponian manos a la obra y unían pequeños juegos de luces para hacerlos más grandes. La mesa del salón se convertía en un taller artesanal lleno de papeles brillantes, cartulinas, cintas de seda, pinturas, tijeras y pegamento y confeccionaban con maestría angelitos, paquetitos de regalo, lacitos, y un sinfín de adornos. Yo, apenas un mico, asomando mis ojos por la mesa, miraba ensimismada y pronto me atreví a hacer mis pinitos, nunca mejor dicho, aunque naturalmente no colgaran mis deformes muñecajos  en el árbol.
La obra concluía con unos copos de algodón colocados de manera casual. Tras nuestro ritual pagano particular, apagábamos las luces y entonces ese momento era algo realmente MÁGICO. Creo que es la sensación y el recuerdo más fuerte de toda mi infancia; eso y los regalos con los que Los Reyes Magos -aquí si que no había papanoeles que valgan-  llenaban todo el salón.
Aprovechémonos pues, oh amigos, con regocijo de estos inocentes deleites, no vaya a ser que en breve decreten el Impuesto de Espumillón. 
Feliz Navidad!!