viernes, 4 de febrero de 2022

JOAQUÍN SOROLLA:LA LUZ DEL MEDITERRÁNEO  


Hoy es 27 de febrero, mi cumpleaños. Si no puedo pintar, mi vida no tiene sentido. Tras mi ataque de hemiplegia, con medio cuerpo paralizado, mis manos (casi garras), apenas si pueden sostener  algo. Me debato, lucho, me desespero sentado en mi sillón tragándome mi amargura. Los días se me hacen eternos. Tengo desgana por todo y siento  mis fuerzas mermar cada día.

 Cierro fuerte los ojos y empiezo a oír el rumor de las olas que, espumeantes, llegan a la orilla y besan la arena. Vestidos blancos ondeando al viento. Niños  morenos, brillantes jugando como pececillos en las aguas transparentes. Azul. Y todo ello bañado por el dorado sol de mi tierra. Esto es lo que siempre me ha gustado pintar, a pesar de mis estancias en Roma estudiando a los clásicos, a pesar de los retratos más académicos de Cajal, Galdós, Alfonso XIII, Castelar o Blasco Ibáñez, a pesar de los galardones y premios que me fueron otorgados, siempre vuelvo a esa querencia primigenia de plasmar las escenas cotidianas de mi entorno bajo la luminosidad mediterránea; Luminismo Valenciano, lo llamaron mis colegas atribuyéndome ese estilo y sí, creo que lo logré. La primera vez que fui a París (1885) y entré en contacto con el Impresionismo, me di cuenta enseguida de que esta nueva técnica era lo  que yo buscaba para representar la realidad de la naturaleza, siempre cambiante; la inmediatez de la pintura al aire libre para captar el mar, el viento o la luz con grandes pinceladas rápidas y abocetadas.

Hoy, en estos días de ociosidad forzosa,  me permito hacer balance de mi vida y pienso que tuve suerte. Fui profeta en mi tierra y conté con reconocimiento mundial –cosa que pocos han podido decir- y no es falta de modestia; solo pienso lo que me sucedió.

Oigo los pasos de mi adorada Clotilde que, como cada tarde, me   trae la merienda:  una taza de blanca porcelana llena de café humante, tostadas con mantequilla y esa celestial mermelada de naranja que ella misma elabora como buena valenciana. No tengo hambre. Apenas pruebo el bocado que ella me acerca a la boca.

Un  día  recibí una carta de EEUU. Era de Mr. Archer M. Huntington, millonario y amante del alma española hasta tal punto que, en 1904, fundó  la Hispanic Society of America. En la misiva él y Thomas Fortune Ryan,  otro mecenas, me encargaban 14 enormes murales donde  representara  la idiosincrasia de  España, sus costumbres y paisajes. Ocho años estuve recorriendo todas las provincias y tomando apuntes como loco. Fue un trabajo ímprobo pero mereció la pena; en 1914 quedaron terminados y expuestos junto a 26 obras más. Cuando llegué a Manhattan y vi las enormes colas que se formaban para ver mi exposición tuve un sentimiento extraño pero muy bueno. Los encargos de retratos de personalidades ilustres o famosas me llovían. Yo estaba encantado, primero Nueva York, luego Boston, Búfalo, San Luis, Chicago, San Diego…éxito, Éxito, ÉXITO!! Mi relación con Norteamérica fue como un amor a primera vista, una relación intensa aunque breve. ¡Qué tiempos tan felices! 

Una tarde de 1920, mi buen amigo el escritor Pérez de Ayala, vino a verme y me encargó un retrato para su esposa. A los pocos días la dama ya posaba en mi jardín y yo charlaba con mi amigo mientras pintaba. En un momento me dirigí a mi estudio para traer unos pinceles nuevos pero…no llegué; caí en la escalera y me sobrevino el maldito derrame cerebral que me causó la hemiplegia. Hace ya casi tres años que estoy más muerto que vivo.

Dentro de unos días nos iremos a pasar el verano a la casa de Cercedilla. Cambiaré un sillón por otro, una taza de porcelana por otra y veré pasar el verano.

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(Joaquín Sorolla, 27 de febrero de 1863  -   10 de agosto de 1923)


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