viernes, 17 de junio de 2011

RERUM MORTEM

Siempre que fallece alguien allegado a nosotros y vamos a sus exequias recordamos lo frágil de nuestra existencia. Volvemos a pensar en lo efímera que es la vida. De nuevo recordamos que no merece la pena estresarnos por tonterías y otra vez nos planteamos disfrutar de todo cuanto nos sea posible; o, según la sabiduría popular tradicional," no somos nadie"," que la vida son dos días" y que "el muerto al hoyo y el vivo al bollo".
En el tanatorio siempre hay un ambiente agobiante; el calor, la gente, los lamentos, el anfitrión expuesto en su vitrina como pieza de museo y la mosca. Siempre la mosca sea invierno o verano, otoño o primavera, allí está sempiterna. He llegado a la conclusión de que es un espécimen autóctono de ese hábitat. Pero, hay algo más que nos hace sentirnos incómodos. Al principio no sabemos lo que es. Por más que traten de enmascararlo con ambientadores, velas o perfumes: el olor de la muerte.
Muchas veces he pensado -demasiadas- cómo será mi entierro, cuantas y qué personas vendrán a despedirme. Seguramente habrá acompañantes de otras que apenas si me conocieron y otras que me hayan conocido demasiado y no hayan podido asistir.
Lo que no me gustaría (aparte de morirme, claro está) es, como he dicho antes, la vitrina-escaparate. Hay algo más íntimo que tu muerte? Entonces por qué te tienen al descubierto, completamente indefensa ante las miradas de todos? porque unas serán de soslayo, otras curiosas, algunas de tristeza, pero todas todas morbosillas. Siempre me ha parecido más bien el escaparate de una tienda en rebajas al que solo le falta el cartel de "últimos restos". Si, ya sé que es llegar demasiado lejos, pero no puedo evitarlo.
Y lo que me gustaría es que luego todos se fueran a oír buena música, a brindar por mí y a recordar los buenos momentos que compartí con todos. (pena no poder participar del evento, coñe!)
Para concluir diré que hay una pregunta existencial que me vengo planteando seriamente: habrá Gin-Tónics al otro lado?

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